Dame un bolígrafo y un papel y te enseñaré a soñar. Antes de que aprendas a soñar debes cerrar los ojos y imaginar un mundo nuevo, solo para ti y para mi..

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Intensa, eterna.






Tal era su obsesión por los recuerdos que tenía la casa llena de objetos usados por otras personas. El baúl de su tía Marie, lleno de postales sin remite ni sello. Cartas de amor sin destinatario. Marie estaba enamorada del amor. Al igual que su sobrina, que coleccionaba todo lo que encontraba. Ya no era una niña, pero aún creía en la magia. Y sabía que vivía en los libros, collares, en los recuerdos de las personas, allá donde había vida había magia. También coleccionaba gatos, aunque eso era más una pasión. Las tardes en aquella casa eran de lo más tranquilas, a veces se oía una máquina de escribir, un maullido, una ráfaga de aire que entraba por la ventana. Un poco de vida pasando bajo la puerta. Un amanecer entrando por el tejado. Había escogido la soledad como forma de vida y vivía entre libros, artilugios y gatos. Estaba claro que había amado. Como nadie y como nunca. Recuerda como las noches de viernes escogía tímidamente un vestido y unos zapatos, se pintaba los labios y se lanzaba a la calle. También como esas noches terminaban con besos en alguna esquina. Que creía en todas las promesas y se imaginó una vida entera junto a todos sus amantes. Y cada vez que amanecía con uno creía que iba a ser suyo para siempre. Que desayunarían tostadas cada mañana frente al mar. Al final siempre se quedaba sola, sin tostadas y sin mar, escribiendo sobre la pérdida y sobre como renacer. Y siempre renacía. Su ceremonia de renacimiento era siempre la misma. Se pasaba la tarde cocinando, preparaba la mesa con sumo cuidado, se ponía el mejor de sus vestidos y cenaba. Cena para uno, como decía ella. Tomaba vino y siempre terminaba danzando por casa. A la mañana siguiente era ella de nuevo. Otra de sus costumbres era visitar a los gatos callejeros. Cuando la vida pesaba demasiado, iba a pedirles consejo. Ellos contestaban mientras se relamían los bigotes. Sabios consejos los de aquellos habitantes de los tejados. Esta noche está sentada frente a la máquina de escribir, relatando otra de sus aventuras, la de cuándo aprendió a volar. Tiene un gato en el regazo. La luna entra por la ventana, la tetera está sonando, y los libros vigilan sonrientes su pelo. Ya tiene preparado el vestido del viernes. Quien sabe si se enamorará de nuevo, si desayunará tostadas con amor. Sonríe mientras escribe, y el gato se relame los bigotes. Será una buena noche.

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