Dame un bolígrafo y un papel y te enseñaré a soñar. Antes de que aprendas a soñar debes cerrar los ojos y imaginar un mundo nuevo, solo para ti y para mi..

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Qué desde aquí se le puede cambiar el rumbo..






Estaba desnuda, tumbada en la azotea. Puede que sintiera todo este frío de otoño, o puede que no sintiera nada. Tenía los ojos cerrados, y el vello de sus brazos se erizaba con cada respiración. Recreaba en su mente la última vez que le había visto en aquella cafetería inmunda, la conversación superficial, hablar sobre el tiempo que hace para no hablar del tiempo que pasa. Recordaba también, cómo después de dejarle sentado en la misma mesa en la que días atrás se comían a besos, había huido a ver el mar.
Por aquello de que siempre tiene respuestas. Esta vez no tuvo ninguna. Caminó por la orilla esperando oír algo más que ese rumor embravecido de las olas, los susurros de los árboles en la lejanía, el silencio hecho poema. Seguía desnuda, tumbada en el suelo, y cada ola que recordaba le hacía derramar una nueva lágrima. Hacía días, un edificio de su ciudad se había derrumbado, y ella sentía su pecho como ese edificio derruido. Los recuerdos penetraban por las ruinas, llenándolo todo de una luz artificial. De un dolor inmenso. La ciudad seguía latiendo ajena a las ruinas. El corazón seguía latiendo ajeno a la vida.
Era medianoche, y no había estrellas. Estaba borracha, borracha de vida, y había decidido desnudarse en un arrebato de pasión. Seguía desnuda, caminando por el bordillo de aquel tejadillo susurrándose a sí misma que podría con todo. Que los edificios se derrumban, y se construyen otros nuevos. Que los recuerdos se marchitan y nacen otros, más grandes, más sinceros. El mar volvería a tener respuestas, la noche volvería con sus estrellas, no estaría sola. Alguien se enamoraría de sus ojos tristes. Alguien enamorado de la lluvia. La llamaría lluvia. Vestiría su cuerpo desnudo y la abrazaría todas las noches. Porque era frágil como un pájaro con un ala rota, como las ruinas de ese edificio, como todas las noches angustiosas, el bordillo de ese tejado, como su caminar lento y sus ojos tristes. Era lluvia, y caminaba por la azotea desnuda, sin nada que tapara esas lágrimas. Sin nada que le atara a la vida.

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